
Desde encuestas entre la población hasta análisis de aguas residuales o incautaciones, diferentes estudios internacionales otorgan al reino ibérico el dudoso honor de figurar entre los principales mercados de esta sustancia.
Según el Informe Europeo sobre Drogas 2025, un 13,3% de españoles entre 15 y 64 años ha tomado cocaína al menos una vez en su vida, la cifra más alta de la UE por encima del 9,4% de Francia y Dinamarca, o el 8% de Países Bajos.
Fuera del bloque europeo, Reino Unido, Australia y EE.UU. suelen acompañar a España en los rankings de los mayores consumidores de esta droga.
La policía española requisó en 2023 unas 118 toneladas de cocaína, más de una cuarta parte de las 419 incautadas en toda la UE y solo por detrás de las 123 de Bélgica, que concentra gran parte del tráfico en el estratégico puerto de Amberes.
En España la cocaína está presente en el 60% de las muertes relacionadas con drogas y la mitad de las producidas por sobredosis, cifras que doblan los promedios de Europa.
«Hay un consumo desbordado de cocaína en este país del que no se dice nada, y ya se están superando los niveles récord previos a la recesión».
Esta advertencia la hace el periodista y escritor David López Canales, autor del ensayo «¿Una rayita? Por qué en España se consume tanta cocaína y no se habla de ello», publicado este año.
¿Cómo llegó España a convertirse en uno de los mayores consumidores de cocaína del mundo? Y, ¿por qué una parte de la sociedad española ha normalizado esta sustancia altamente adictiva y potencialmente mortal?
El desembarco en España
«Tras el auge de esta sustancia en los años 70 en Estados Unidos, con Miami como capital mundial, la cocaína se expande a España y Europa», explica Víctor Méndez, periodista especializado en rutas de la droga, autor de dos libros sobre narcotráfico y fundador de la web Narcodiario.
A principios de la década de 1980, la región nororiental de Galicia se convirtió en la principal puerta de entrada al viejo continente de la cocaína producida en América Latina y distribuida por unos carteles cada vez más poderosos y consolidados.
Con su intrincada geografía de rías profundas, calas escondidas, costas recortadas y una extensa red de pequeñas islas y acantilados, el litoral gallego era el lugar perfecto de los contrabandistas marítimos, que en aquel momento traficaban con tabaco libre de impuestos.
«Cuando en 1982 se endurecieron las penas contra el contrabando, se pasaron al hachís y sobre todo a la cocaína. Si las penas eran las mismas, preferían traficar con lo que daba más dinero», indica Méndez.
Fue entonces cuando destacados narcotraficantes colombianos como Gilberto Rodríguez Orejuela o los hermanos Ochoa eligieron a España como base de distribución de sus envíos a Europa.
«A partir de ahí se tendieron esos puentes que siguen activos ahora mismo», sentencia Méndez.
Parte de la cocaína que llegaba a Galicia se quedaba en España, donde era fácil distribuirla al no haber fronteras internas. La demanda comenzó a crecer en una época de bonanza económica y mayores libertades sociales en la recién estrenada democracia que sucedía a la dictadura de Francisco Franco (1939-75).
De la élite al pueblo
En los primeros años, la cocaína en España no era una sustancia accesible ni común y solo se consumía en determinados ambientes como símbolo de estatus, éxito o transgresión.
Su imagen era la de una droga sofisticada, cara y exclusiva que circulaba en las altas esferas de la sociedad para colmar las aspiraciones de empresarios, banqueros o artistas.
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